El domingo pasado -como todos los
domingos- encendí la tele y ya habían empezado con el debate en
Cuarto Milenio. Nos espían.
Hablaban de que, al meter nuestros datos en Google, el gobierno o
cualquier interesado que pagara por ello, podría ver dónde estoy,
qué estoy escribiendo, qué he buscado y la mayoría de mis datos
personales. Podrían usar sin mi permiso toda la información que les
proporciono por Internet, al igual que la de cualquier persona
conectada a la red. Además, también comentaron que lo mismo pasa
con los móviles y que aún será mayor el espionaje con las Google
Glass.
Me
quedé un poco perpleja. Primero porque, aunque sea algo
conspiranoico, es una realidad, y debate pues como que había poco
-para lo que suele ser normal en este programa-. Y, segundo, bueno...
¿para qué puñetas va a querer nadie saber lo que hago o dejo de
hacer?
A
ver. Tengo Twitter, Facebook, Whatsapp, blogs, una cuenta en un banco
online, Ask, e-mail... Cualquiera puede conseguir una foto mía con
facilidad, mi nombre, apellidos, edad, dónde vivo, dónde vivía
antes, qué sitios suelo visitar, dónde estudio... Si tuviera un
acosador, se lo estaría poniendo realmente fácil. Pero, señores,
¿quién no es consciente de todo esto?
Si
tenemos estas cuentas, damos nuestra imagen gratuitamente, nuestra
posición -incluso sin darnos cuentas, ya que la pueden localizar con
una simple búsqueda que hagas-, nuestro nombre... ¿Nos importa que
nos espíen?
Si yo
tuviera algo que ocultar al resto del mundo, no lo subiría a
Twitter, ni lo escribiría en un correo, ni lo hablaría con nadie
por teléfono. Porque no me fío. No me fío ni de la abuelita que se
te sienta al lado en el autobús, así que las cosas que no quiero
que nadie sepa, no las sabe nadie. Sencillo.
Entonces,
¿a qué viene el debate? ¿Hay alguien tan fuera de sus cabales como
para pensar que esa información es privada y sólo la ven quienes
ellos “autorizan”? ¿Aún hay alguien a quien abrirle los ojos?
Señores,
si no quieren ser espiados, olvídense de las nuevas tecnologías.
Nada de cuentas en Internet, de móviles, y ya no hablemos de compras
o bancos online. No lo hagan y estarán protegidos de que su gobierno
o el colgado de turno le pida a Google un precioso informe sobre
usted y consiga saber hasta su tipo de sangre. Simplemente, usen
cabinas telefónicas -aunque también podrían estar pinchadas-,
vuelvan a las cartas convencionales -que también podrían abrir para
leerlas-, y conéctense a Internet en ordenadores públicos sin
webcam.
Yo,
mientras tanto, seguiré subiendo fotos y dando información súper
relevante de mi vida para que los espías sigan teniendo cotilleos
que contar a sus familias en la mesa.
Alegre,
alegre, alegre.
La
vida es sólo un sueño.
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