En mi corta vida he tenido que lidiar
con muchas personas que me aportaban problemas de diferente índole.
Muchos podrían ser de sentido común, pero hay uno que siempre me ha
tocado la moral, del cual nunca he comprendido qué tipo de secta
existe para que la gente se mueva de esa manera, tan en masa y tan a
la defensiva. Hacen que te veas como un bicho raro incomprendido
dentro de la muchedumbre: el Chocolate.
Y lo escribo con mayúsculas porque
parece un dios. Sí, sí. Algunos podréis pensar que soy muy
exagerada, que es algo que simplemente se come -de formas muy
variopintas, por cierto-, que la gente no le da mayor importancia de
la que le puedan dar a otros alimentos.
Pero no, señores, no. No y mil veces
no. El Chocolate actúa como una religión en nuestra sociedad. Si no
te gusta el Chocolate, serás repudiado por el resto -sí, exagero un
poco, pero son muchos años aguantando a vuestra secta-.
El “gran problema” de mi vida, que
me persigue lo descubra quien lo descubra, es que no me gusta el
Chocolate. No, señores, no me gusta. Ni con leche, ni negro, ni
en tableta, ni en huevo, ni en bizcocho, ni en helado, ni en mousse
ni en hostias. No me gusta y punto.
Hay muchas cosas que no me gustan, la
verdad es que no soy una alegría a la hora de comer, más bien he
sido un quebradero de cabeza para mis pobres padres. Muchas de esas
cosas no me gustan por su olor, su tacto o su forma de crujir en mi
boca. Me repugnan. Pero otras no me gustan por su sabor, lo que es
más lógico.
El Chocolate lo he tenido que probar de
muchas formas, bajo el supuesto de “pero este seguro que te gusta,
pruébalo”. Y como su olor me encanta, pues allá que voy y lo
pruebo. Y allá que voy y pongo cara de asco, engullo rápido y pido
agua -eso en el mejor de los casos, que también puedo escupirlo en una servilleta-.
Aún así, hay veces que se alinean las
estrellas, la nariz gana al paladar, y mi cerebro me pide un trocito,
muy pequeño, muy pequeño, muy pequeño de chocolate. Pero vamos,
eso habrá ocurrido tres veces en mi vida. Son cosas de las
estrellas.
Pero, una de las cosas que más me jode
con este tema no es que me digan que lo pruebe mil veces, no... Son
las diferentes respuestas que te dan la primera vez que me escuchan
decir: “No, gracias, no me gusta”. Después de lo cual siempre me
dicen “¿¡el Chocolate!?”, con una cara como si les acabara de
decir que como niños en salsa de gatito recién nacido.
Pero la que más, más, más, más me
jode y más me han repetido a lo largo de mis 21 añitos de vida ha
sido:
-No...
-Buaf, no has tenido infancia.”
¿¡¿¡POR QUÉ COÑO NO PUEDO TENER
INFANCIA PORQUE NO ME GUSTE EL CHOCOLATE!?!? ¿¡¿¡ES QUE ACASO NO
HACÍAIS MÁS COSAS CUANDO ÉRAIS PEQUEÑOS, MALDITOS GORDOS!?!?
Esa maldita coletilla la he tenido que
escuchar millones de veces. Prácticamente todo el mundo te dice lo
mismo. Además, por supuesto, de no recordar que no te gusta el
chocolate y preguntártelo cada vez que te ofrecen algo con ese
producto, repitiéndose el ciclo con la misma persona en variadas
ocasiones.
Así que, malditos bastaros devoradores
de chocolate:
Cuando os enteréis de que a alguien de
vuestro entorno no le gusta el chocolate, no le atosiguéis a
preguntas estúpidas tipo “pero el Cola Cao sí, ¿no?”. ¡NO! Ni
le privéis de su infancia que sí ha tenido, ni le intentéis meter
chocolate en el organismo como si de un remedio milagroso se tratara,
ni le preguntéis -si es una chica- que qué come entonces cuando
está con la regla/deprimida, ni que cuál es su sabor de helado
favorito entonces, ¡¡ni les miréis como si fueran bichos raros!!
Con un simple “ah, vale” os
libraréis de que os metamos en el saco de los sectarios de El
Chocolate.
Alegre, alegre, alegre.
La vida es solo un
sueño.