jueves, 7 de mayo de 2015

Sandokan ♥

Desde ayer hay un inquilino más al final del arcoiris, pero este no es como todos los demás.
Pocas veces me he sentido comprendida con tan solo una mirada.

Ya no volverás a recibirme con pequeños mordisquitos en la barbilla y en las orejas, ni volverás a perderme algún pendiente de esa forma.
Mi pierna no volverá a quedarse dormida porque tú hayas decidido que es un buen sitio para echarse a descansar aunque pesaras 30kg.
No volverás a suplicarme que te quite el estúpido bozal con el que tenía que pasearte porque hay una ley tan estúpida como para considerarte peligroso.
No volveré a decirte que has engordado, que te estás haciendo viejito, ni que eres un bruto por coger los palos más grandes que te encuentres.
Ya no volverás a babearme después de haber bebido agua porque no sabías beber como un perro normal.
No volveré a pedirte que no te vayas nunca porque ya lo has hecho, sin avisar.

Desde ayer soy incapaz de pasar más de un pequeño, minúsculo e insignificante momento sin pensar en ti y llorarte.
Cada vez que cierro los ojos para descansar de esto mi cerebro se va a todos los momentos contigo.

Recuerdo que, dos meses antes de sacarte del refugio, un sábado de tormenta, te juré y te perjuré que lucharía por sacarte de allí, mientras temblabas sentado frente a mí en tu jaula buscando un poco de calor y cariño humano. Estabas tan asustado que cuando me levanté para irme no hacías más que darme con tu hocico en mi mano, como infinitas veces has hecho después, reclamando mi atención para que volviera a darte un abrazo.

Peleé meses por ti, hasta que me tuvieron que operar y mi subconsciente (y mi madre) hicieron el resto para que, tras la anestesia, y aún dormida, le preguntara a mi padre cuándo ibas a estar conmigo. Él me dijo que cuando me pusiera bien, y un mes más tarde te llevé a casa.

También recuerdo el día que te saqué del refugio. Como siempre, un sábado, llegué allí y me estabas esperando. Se había convertido en tradición que mientras yo limpiaba y cuidaba a los demás perros, tú me miraras desde tu zona. Incluso me defendiste de un buen mordisco que me dieron en el pie. Todos decían que me habías elegido, y era verdad. Yo no fui al refugio a rescatarte, saliste del refugio para rescatarme a mí.
Aquel día ya estaba todo preparado, y todos me contaban historias de ti. Nadie recordaba cómo llegaste exactamente al refugio, ni tu edad (por entonces la cartilla decía que tenías 4 años, pero la gran mayoría argumentaba que por lo menos eran dos más). Estuviste dos años encerrado sin poder salir de tu jaula por la estigmatización de una de tus razas, y los pocos que se habían fijado en ti alguna vez te rechazaban al saber que eras un cruce de pitbull. Y por eso llegaste a mí.
Te bañaron mientras yo firmaba los papeles y ni siquiera aceptaron mi donación. Aún recuerdo las palabras de Concha "gástalo en una buena cama, juguetes y chuches para el gordo, se lo merece". Eras uno de esos perros especiales que nadie creía que fueran a salir adoptados a pesar de su buen corazón.
Te monté en el coche y te portaste bien la primera mitad del camino, la otra mitad te dedicaste a intentar sentarte delante conmigo mientras me chuperreteabas el brazo loco de contento.
Yo iba muerta de nervios. Te iba a llevar a un sitio lleno de gente, niños y otros perros. Un lugar que no habías visto nunca, y pasarías de la relativa tranquilidad de la protectora, donde cada cual iba a su rollo, a ser el centro de atención de una muchedumbre ruidosa.
Te puse el bozal para evitar cualquier susto y advertí a todos de que te dejaran espacio. Todos los comentarios iban a lo guapo que eras y la cantidad de cicatrices que tenías (la más reciente en tu oreja derecha, que yo misma te había curado semanas atrás tras enzarzarte con uno de tus archienemigos perrunos). Poco a poco te quité el bozal, y vi como agachabas la cabeza ante el resto de perros. Te quité la correa y no te apartaste de mi lado hasta que te lo indiqué, y te pusiste a correr y a experimentar la vida fuera del refugio. Al poco probaste por primera vez lo que era una cama de persona, y un sofá, y pude ver la sonrisa más grande que le he visto a un animal.

También recuerdo la primera vez que te llevé a la playa y te vi correr, libre. Todos los perros deberían poder experimentar ese momento. Fue impresionante ver cómo te alejabas recorriendo la playa y cómo volvías después para tirarme a la arena (porque eras un bruto).

Nunca había visto un animal con tu mirada. Y ayer, al mirarte por última vez a los ojos, comprendí que ya no estabas ahí, que ese recipiente que era tu cuerpo estaba vacío, que ya te habías ido.
Eras un perro que dejaba enamorado a todo aquel que te conocía. Lástima que ya no podrás demostrarle a más humanos lo especial que eras.

He tenido muchos perros, pero siempre he dicho que tú eras el mejor, el más especial, y no creo que vuelva a encontrar un animal como tú.

Mi mestizo de pitbull y labrador, con tus cicatrices, tus ojos, tus besos, tus abrazos, tus uñas blancas de cachorro eterno, tu sonrisa. Tu huella quedará grabada por siempre en mi espalda gracias al tatuaje que me hice hace cuatro años, los mismos que pude disfrutar contigo. Y tu espíritu y recuerdo quedará siempre conmigo, hasta que nos volvamos a encontrar.

Te quiero mucho, mi pequeño.