jueves, 26 de diciembre de 2013

El Chocolate.

En mi corta vida he tenido que lidiar con muchas personas que me aportaban problemas de diferente índole. Muchos podrían ser de sentido común, pero hay uno que siempre me ha tocado la moral, del cual nunca he comprendido qué tipo de secta existe para que la gente se mueva de esa manera, tan en masa y tan a la defensiva. Hacen que te veas como un bicho raro incomprendido dentro de la muchedumbre: el Chocolate.

Y lo escribo con mayúsculas porque parece un dios. Sí, sí. Algunos podréis pensar que soy muy exagerada, que es algo que simplemente se come -de formas muy variopintas, por cierto-, que la gente no le da mayor importancia de la que le puedan dar a otros alimentos.
Pero no, señores, no. No y mil veces no. El Chocolate actúa como una religión en nuestra sociedad. Si no te gusta el Chocolate, serás repudiado por el resto -sí, exagero un poco, pero son muchos años aguantando a vuestra secta-.

El “gran problema” de mi vida, que me persigue lo descubra quien lo descubra, es que no me gusta el Chocolate. No, señores, no me gusta. Ni con leche, ni negro, ni en tableta, ni en huevo, ni en bizcocho, ni en helado, ni en mousse ni en hostias. No me gusta y punto.

Hay muchas cosas que no me gustan, la verdad es que no soy una alegría a la hora de comer, más bien he sido un quebradero de cabeza para mis pobres padres. Muchas de esas cosas no me gustan por su olor, su tacto o su forma de crujir en mi boca. Me repugnan. Pero otras no me gustan por su sabor, lo que es más lógico.

El Chocolate lo he tenido que probar de muchas formas, bajo el supuesto de “pero este seguro que te gusta, pruébalo”. Y como su olor me encanta, pues allá que voy y lo pruebo. Y allá que voy y pongo cara de asco, engullo rápido y pido agua -eso en el mejor de los casos, que también puedo escupirlo en una servilleta-.
Aún así, hay veces que se alinean las estrellas, la nariz gana al paladar, y mi cerebro me pide un trocito, muy pequeño, muy pequeño, muy pequeño de chocolate. Pero vamos, eso habrá ocurrido tres veces en mi vida. Son cosas de las estrellas.

Pero, una de las cosas que más me jode con este tema no es que me digan que lo pruebe mil veces, no... Son las diferentes respuestas que te dan la primera vez que me escuchan decir: “No, gracias, no me gusta”. Después de lo cual siempre me dicen “¿¡el Chocolate!?”, con una cara como si les acabara de decir que como niños en salsa de gatito recién nacido.
Pero la que más, más, más, más me jode y más me han repetido a lo largo de mis 21 añitos de vida ha sido:

“-¿Y no comías chocolate de pequeña?
-No...
-Buaf, no has tenido infancia.”

¿¡¿¡POR QUÉ COÑO NO PUEDO TENER INFANCIA PORQUE NO ME GUSTE EL CHOCOLATE!?!? ¿¡¿¡ES QUE ACASO NO HACÍAIS MÁS COSAS CUANDO ÉRAIS PEQUEÑOS, MALDITOS GORDOS!?!?

Esa maldita coletilla la he tenido que escuchar millones de veces. Prácticamente todo el mundo te dice lo mismo. Además, por supuesto, de no recordar que no te gusta el chocolate y preguntártelo cada vez que te ofrecen algo con ese producto, repitiéndose el ciclo con la misma persona en variadas ocasiones.

Así que, malditos bastaros devoradores de chocolate:
Cuando os enteréis de que a alguien de vuestro entorno no le gusta el chocolate, no le atosiguéis a preguntas estúpidas tipo “pero el Cola Cao sí, ¿no?”. ¡NO! Ni le privéis de su infancia que sí ha tenido, ni le intentéis meter chocolate en el organismo como si de un remedio milagroso se tratara, ni le preguntéis -si es una chica- que qué come entonces cuando está con la regla/deprimida, ni que cuál es su sabor de helado favorito entonces, ¡¡ni les miréis como si fueran bichos raros!!

Con un simple “ah, vale” os libraréis de que os metamos en el saco de los sectarios de El Chocolate.

Alegre, alegre, alegre.

La vida es solo un sueño.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Cuarto Milenio. Nos espían.

El domingo pasado -como todos los domingos- encendí la tele y ya habían empezado con el debate en Cuarto Milenio. Nos espían. Hablaban de que, al meter nuestros datos en Google, el gobierno o cualquier interesado que pagara por ello, podría ver dónde estoy, qué estoy escribiendo, qué he buscado y la mayoría de mis datos personales. Podrían usar sin mi permiso toda la información que les proporciono por Internet, al igual que la de cualquier persona conectada a la red. Además, también comentaron que lo mismo pasa con los móviles y que aún será mayor el espionaje con las Google Glass.

Me quedé un poco perpleja. Primero porque, aunque sea algo conspiranoico, es una realidad, y debate pues como que había poco -para lo que suele ser normal en este programa-. Y, segundo, bueno... ¿para qué puñetas va a querer nadie saber lo que hago o dejo de hacer?

A ver. Tengo Twitter, Facebook, Whatsapp, blogs, una cuenta en un banco online, Ask, e-mail... Cualquiera puede conseguir una foto mía con facilidad, mi nombre, apellidos, edad, dónde vivo, dónde vivía antes, qué sitios suelo visitar, dónde estudio... Si tuviera un acosador, se lo estaría poniendo realmente fácil. Pero, señores, ¿quién no es consciente de todo esto?

Si tenemos estas cuentas, damos nuestra imagen gratuitamente, nuestra posición -incluso sin darnos cuentas, ya que la pueden localizar con una simple búsqueda que hagas-, nuestro nombre... ¿Nos importa que nos espíen?

Si yo tuviera algo que ocultar al resto del mundo, no lo subiría a Twitter, ni lo escribiría en un correo, ni lo hablaría con nadie por teléfono. Porque no me fío. No me fío ni de la abuelita que se te sienta al lado en el autobús, así que las cosas que no quiero que nadie sepa, no las sabe nadie. Sencillo.
Entonces, ¿a qué viene el debate? ¿Hay alguien tan fuera de sus cabales como para pensar que esa información es privada y sólo la ven quienes ellos “autorizan”? ¿Aún hay alguien a quien abrirle los ojos?

Señores, si no quieren ser espiados, olvídense de las nuevas tecnologías. Nada de cuentas en Internet, de móviles, y ya no hablemos de compras o bancos online. No lo hagan y estarán protegidos de que su gobierno o el colgado de turno le pida a Google un precioso informe sobre usted y consiga saber hasta su tipo de sangre. Simplemente, usen cabinas telefónicas -aunque también podrían estar pinchadas-, vuelvan a las cartas convencionales -que también podrían abrir para leerlas-, y conéctense a Internet en ordenadores públicos sin webcam.

Yo, mientras tanto, seguiré subiendo fotos y dando información súper relevante de mi vida para que los espías sigan teniendo cotilleos que contar a sus familias en la mesa.

Alegre, alegre, alegre.

La vida es sólo un sueño.