lunes, 15 de diciembre de 2014

Tener clase a las 15:00.

Quizá no parezca lo más apetecible y, en realidad, no lo es.
Te levantas sin despertador, eso es verdad, pero luego ves que se te ha pegado el tiempo al culo. Limpiar el baño, limpiar el terrario de los jerbos, jugar un rato con ellos, que también se lo merecen, jugar con la perra, darle de comer, sacarla, ordenar la cocina, plancharte el pelo, barrer el suelo, poner una lavadora, tender la ropa, tirarte de los pelos al ver cómo está el estudio... Y mientras tanto, grupos de Whatsapp que suenan sin parar, con tonterías o con perros que están al borde de la muerte, a todas horas. Y los grupos de Facebook también, porque los trabajos a entregar y a exponer de la universidad se acumulan antes de Navidad. Y ahí estamos, como una mujer multifunción haciendo frente a todo a la vez, y sin equivocarte, que hay muchas cosas en juego -desde despintar tu camiseta favorita hasta salvar una vida-.

Y te dan las 14:00 y tú sigues limpiando el baño porque te has entretenido jugando con los jerbos y haciéndoles fotos, porque son muy adorables. Y no te da tiempo. Cambiarte rápido de ropa -no puedes ir por la vida siempre con ropa de maruja-, hacer algo aún más rápido de comer, que el horno escupa humo cuando vuelves a entrar a la cocina porque te has pasado de tiempo ordenando tu agenda, pero ahí está el resultado, comestible. Y comes rápido, mirando el reloj a cada minuto, porque sabes que hay tráfico y no vas a llegar a tiempo a clase. Engulles más que comes, dejas comida en el plato porque el agobio te cierra el estómago, y te levantas, te lavas los dientes, vas recogiendo cosas por allí donde pasas hasta completar el mamotreto que te llevas a clase, un beso de despedida, las llaves, y cierras la puerta.

Abro el coche y me coloco bien el asiento. Al lado, el último disco de Sidonie. Gafas de sol y música encendida, vamos allá.
Por primera vez en el día me doy cuenta de que no hay muchas nubes, está soleado y un señor mayor, vestido con una camisa antigua y sin mangas me saluda al pasar por su lado.
Vivo en un sitio apartado, una especie de mini pueblo alejado de la civilización real, pero me encanta. Paso por delante del colegio, ya vacío, sus badenes y la gran rotonda, tan estúpida ahí en medio, que nunca regula nada porque por allí no pasa nadie. Y su cuestecita, y otra rotonda, y esa carretera estrecha que te abre mil lugares. Me gusta este sitio y sonrío feliz.
Voy cantando todo el camino, con la voz más ronca que me recuerdo, sin llegar a ningún tono, aún peor que de costumbre. Y me fijo y nadie canta en los otros coches, visten caras serias. La gran mayoría de ellos están volviendo a casa, llevan niños en el asiento de atrás, y no son felices. Y yo, aunque me queje, soy feliz yendo a la Universidad, a aguantar a un profesor que tiene mucho que enseñar pero que se cansó hace tiempo, a hacer trabajos que no me sirven para nada, y a escribir esto.

Porque tener clase a las 15:00 también puede darte alegrías.
Porque no hay nada que la buena música no pueda arreglar.
Porque un día de mierda se puede arreglar. Y ya está.